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LAS MANOS QUE TE GUARDAN — febrero 19, 2019

LAS MANOS QUE TE GUARDAN

LAS MANOS QUE TE GUARDAN

Mis paseos por plaza Once son muy breves. Por lo general son los sàbados hacia lo de mi madre. Suele suceder, extrañamente en un dia nublado. Probablemente, ese sàbado, llueva. Tenuemente. La clase de lluvia que empapa lentamente el pelo y entumezca los huesos paulatina y obcecadamente. Ese dia no llevo gorro o sombrero. Mascullo, me pesan los hombros. Maldigo. En Plaza Miserere la pululancia de sujetos de la clase trabajadora. Bulliciosos, locos, por trabajos que nadie quiere y que solo una clase de hombres, bajitos y de tez morena, sobrevivientes del conurbano, pueden soportar. Es un dia de escape, y de prisiòn. Ser negro y estar mal pago te lleva a un ritmo cansino pero tenaz. Lo he notado en los vendedores de la calle, en los manteros, en los peruanos, en los senegaleses que estoicamente esperan hablando entre ellos a viva voz mientras la gente pasa y escucha su cantarino y hermoso lenguaje caliente. Algunos son viejos. Tienen la barba de tres dias, blanca, las pupilas y el iris casi blanco. Han venido de muy lejos. A veces sonrien y todo el dia parece iluminarse con un fulgor breve e intensìsimo. Me dan fuerza y un poco de coraje. Han venido de muy lejos para probar mejor suerte en una America donde las maquinarias industriales y morales no funcionan. No son tontos y ya lo saben. Es invierno, hace frio, y despues del invierno vendrà otro invierno. Relojes, anteojos pirateados, pulseras de oro y nìquel, pantuflas chinas con corderoy dentro con motivos andinos.

El cielo gris y el aspecto gèlido del todo lo bañan esta tarde. Asì fue como tomè el 32 y pasè una tarde casi relajada. Volvì medio hombre, como de costumbre, de vuelta a casa ( casa? Que es eso?).

En el viejo y querido 32, craqueteando, carreteando sobre la bordona calle del Riachuelo, unos vericuetos cerca de la villa de ladrillos naranjas de Valentin Alsina y subir entonces el puente con su viejo motor en tercera marcha mientras todo el chasis y la carroceria tiemblan como un epilèptico convulsionando. La brea y el cromo en el aire saliendo en grumos casi sòlidos al aire y bañandolo todo en las faldas de Pompeya, y las luces, y lo inhòspito de un barrio costero, un barrio costero a un rio de mierda y càncer, y la bajada del puente ya con el motor del colectivo mas relajado, respirando un poco, el chofer que quita el piè del acelerador con evidente enojo, listo para dar mil vueltas por donde no lluevan las balas. Unos cuantos pasajeros mudos, desacelerados, como figuras de arcilla, en campera, en gorros, desgastados la tela y los esqueletos, los hàlitos de vida.

Resisten, como yo. Algunos estan locos y tienen hijos a los que volveràn locos.

El mundo de mañana serà mas dificil que el de hoy.

Y las vueltas, pasando por el costado del Hospital Penna por la avenida Sàenz, y dejando atràs los pocos vestigios de civilizaciòn. La casa Reschigna con sus guitarras baratas en la vidriera. El gimnasio con el cartel despintado oxidado que promete una vida nueva con un cuerpo de acero. Las boticas de artilugios de dos pesos. Un kiosko nocturno con la puerta enrejada donde un empleado receloso de su cabeza expende cigarrillos a una figura calva y de baja estatura que se para delante de la reja como si fuera a dar un gran salto sobre un apacible ciervo o tajearle la cara a la luna.

Pienso cosas raras en este trayecto y a veces enjugo lagrimas, otras veces puteo. Los dientes se me aprietan, a veces se parten. Una vez en mi departamento tomo calmantes para el dolor de muelas: me duele toda la cara, los calmantes ayudan a alguna parte de la cara y no me quejo. Estoy acostumbrado.

El colectivo llega a plaza Once. Cinco pasajeros y yo, mas el chofer. Llueve intensamente. Corro hacia el puesto de panchos que tiene el alero de membrana plastica, un toldito rantifuso de color azul hecho con la manta protectora del alguna cuadrilla de obreros gasistas del gobierno actual. Me rasco la cabeza y el pelo no se levanta, està pegado al craneo por la lluvia àcida y fria. Bruma y viento. La plaza està desierta ahora, todos han corrido a otro lado, a otro infierno menos mojado y menos amenazador. El sonido de las llantas silbando pasando sobre el agua, huyendo, el frio de las luces de baterìas de los autos, autos cochambrosos, solo eventuales a una noche cerrada y ortiva que todo lo consume excepto a los que puedan caminar o esconderse en algun vehiculo. Un taxi negro y amarillo toca una bocina y un hombre se zambulle adentro. La vida se termina por un breve momento y recomienza cuando dos botijas se ponen a mi lado. Intuyo un golpe. No llega. Usan gorras blancas de Nike y uno de ellos, cetrino y huesudo, tiene una herida cortopunzante en el pòmulo cicatrizada hace mucho tiempo atràs. Me sonrìe. Le falta un diente frontal o està roto. Hay un espacio vacio ahì y algo sale de dentro, un sibilar de serpiente, maleducado, torpe. Siento una debil punciòn de muerte. Es el miedo. Me importa. Solo quiero llegar a casa a por una ducha caliente.

Tengo un kilo y medio de limones y mandarinas en una bolsa y un paquete de fideos.

– Estan ricos los panchos, amigo?

No estoy comiendo un pancho. Ya conozco la cantinela esa. No soy tu amigo. Pienso, no soy amigo de naides. No me requieren. No es en realidad un pensamiento sino un sentimiento de arraigada verguenza, encarnada en mi infancia, hecho de hebras fràgiles y perennes.

Los miro a los dos.

Esta vez nò.

El de la cicatriz alzò una mano y sentì una nausea en el alma. Me toca el hombro. Demasiado cerca. Pongo mi mano en su pecho y me lanzan una cachetada. Retrocedo dos pasos. Quisiera escupirlo. Pero salgo corriendo afuera del toldo hacia el centro de la plaza, debajo de la lluvia y dentro de la bruma. Doy vuelta al monumento a Rivadavia, pergeñando un desencuentro. Me resbalo a los veinte metros. Tengo mas de cuarenta años, fumo cuatro paquetes de cigarrillos por dia y mis rodillas estàn hechas de plastilina. Me raspo una mano al caer y seguro sale sangre, y el agua de lluvia y la mugre de Balvanera entran en mi torrente sanguìneo como un beso caliente. Mis tobillos no responden, estoy descolocado. Siento miedo porque mi cuerpo no encuentra salida decorosa y hàbil a esta cagada. No estoy motivado. No tengo razones para ganar o perder.

Me doy vuelta sobre mi trasero mojado y recortado contra las luces de gàs de los postes veo sus dos figuras, gemelas, peliculescas. De hecho, no he visto peliculas con gente como ellos: la pobreza y la maldad, cuando van de la mano, solo puede ser representada mientras entra en otros cuerpos a travès de los ojos sino a travès de los cuerpos. Ahi se hierguen ellos, ahi he caido yo. Recordè esa frase de «ahì te mueres, ahi te secas». Se trataba de algo sobre los mineros de el desierto de Atacama. Estamos lejos de Atacama.

Una de las figuas negras mueve el pulgar y una navaja crece repentinamente de entre sus dedos. Un brillo dèbil ilumina uno de sus ojos y veo que no hay ojo siquiera, solo una cosa opaca, pètrea, insondable. Hay gozo en su silencio. El otro se acerca y me pega una patada en el costado. Cerca del hìgado o cual fuere el òrgano que me duele. Me duele mas la crueldad. Es como estar en el patio de escuela otra vez, pero con un cuchillo muy cerca de la nariz.

– Dame la bolsa gato, dale!

Trato de patearlo. El botija se agazapa y me tira una dentellada con la pua. Me rasga el jean. Toca mi piel. Le arrojo la bolsa y las mandarinas ruedan por el suelo de cemento mojado. Brillan casi naranjas. Se la hago dificil y me doy cuenta. No se va a agachar gentilmente a recogerlas.

– Dame plata la concha de tu madre. Y dame la campera. Dale!

Mi cuerpor y el de ellos es lo unico que hiende la bruma impenetrable y el silbido de las civilizaciones, esta o la de cualquier otro planeta, que callan para observarnos.

– Tomà, aca tenes. Forro… de mierda. No te zarpès, loco.

Ruego.

Meto la mano en el bolsillo, reculan los dos unos diez centimetros, relojeando por algun vigilante presente. No hay nadie. La ciudad esta noche no funciona. Hay que zafar.

Su mano fria se mete en la mia y se hace doscientos pesos. Monedas por el suelo, bolsillo roto. Es como la pata de un ave rapàz.

La garra fria àspera en mi mano caliente. Me da un puntazo en la frente, de regalo. Nada grave. En mi proximo viaje a la India a ver al dios Brahmaputra, lo cubriran con ese circulo naranja que todo lo bendice. Por un precio acorde.

De pronto soy un ciervo.

Y mi frente se abre.

– Chau tonto.

Y los dos, como accionados por un resorte hacen dos pasos paralelos al monumento con los restos de Bernardino Rivadavia.

No llegan muy lejos.

Vi sus manos. Uno a veces no cree lo que ve porque uno es bajo y zafio y un hombre vulgar.

Educado por tutores y adultos responsables làbiules. Cientos de miles de hora de mala televisiòn y las falacias de Disney.

Dos manos. Como hechas con alguna especie de arbol del color de la arena. O una arcilla, fina y sòlida.

Los cuellos de ambos se retorcieron y pude escuchar el aire de los pulmones de ambos botijas ceder al reflejo de la respiracion, y recortados contra las luces mortecinas de la plaza los vi alzarse en el aire. Estaban muy alto, casi recortados contra las lunas artificiales de los postes de luz. Eran brazos largos y finos, hechos de las arenas del principio de los tiempos, y los brazos estaba conectados a un cuerpo longilìneo del mismo color de las cortezas mas añosas, y sobre el torso fracturado y mohoso, una cabeza saliendo de entre la niebla purpùrea y casi solida. Ningunas facciones discernibles. Solo altura y tal vez fuera yo mismo el que exudaba un extraño vigor elèctrico y una angustia. Eso, una angustia. Una indecisiòn muy profunda.

No era humano. No conozco o he visto nunca un ser humano de unos tres metros de altura. No he visto nunca eso, y no lo estoy viendo ahora y no lo volverè a ver nunca mas, desde la esquina del monumento tumba, sin piernas aparentes, sin consistencia aparente, sin tangibilidad aparente. Solo un loco. Solo un loco puede ver esto o vivir esta vida extraña mia y no hay vida real en el ser que aprieta mas y mas con unas manos enormes los cuellos de los botijas, que se retuercen como gatos en una bolsa de arpillera. Yo no respiro. No puedo correr. He dejado de existir por un breve momento. Y entonces, los fisuras dejan de moverse y sus esqueletos secos en sus pantalones de jogging de tela de aviòn caen al suelo cuando el ser de otro mundo abre sus manos, con una imponencia letànica y una solemnidad de otros tiempos que nunca podrè ni querrè describir y nombrar. Y esos dedos fulguran con el hielo seco de el aire mojado, y las ordas gotas de lluvia caen en el silencio y todo se ha mandado a callar excepto el agua, el agua… Miro hacia arriba y en la cabeza del Gòlem no hay pòmulos u ojos o cicatrices o facciones. Solo un hueco. Un hueco de las arenas del tiempo donde aquel desdichado que se haya levantado con el pie izquierdo esa noche podrìa hundirse. Ser tragado. Ser absorvido y simplemente ser diluìdo, esfuminado, aplacado certeramente de la maldiciòn de alguna mala estrella.

Cierro los ojos mientras me orino encima.

Me cubro la cabeza, listo a ser el proximo. Escucho un ruido sordo. Despuès, solo silencio.

Desde detràs de mi mano veo al el Gòlem desaparecer entre la niebla y los pocos àrboles de Plaza Miserere. No entiendo por que no comprendo como pueden mezclarse el humo y la niebla y el tiempo o cualquier otra cosa. Ya no entiendo el pavimento, el viento, el frio, la lluvia, los caramelos de la niñez en el kiosko de Fernando. No hay padre y madre. Mis rodillas estan muertas. Gateo hacia donde el Gòlem graciosamente desaparece cansinamente dirigiendose hacia la avenida Rivadavia.

Cierro la boca, porque los dientes se me hielan, y la visiòn se me tuerce y me doy cuenta que no puedo controlar mi cabeza y mi cuello y mi reflejos de defensa. Caigo al suelo otra vez.

Escucho un sonido y veo a alguien parado detràs mio. Es una viejita cachuza, emponchada con una campera barata y con las manos a los costados. La cara ajada, los hombros vencidos. La mandibula le cuelga. Mira hacia la avenida. Solo arboles empapados y mustios.

Me limpio la canciòn sanguinolienta que es mi frente, el agua, el sudor helado. Los botijas no se mueven y las gotas gruesas de lluvia empapan sus cuerpos delgados, ahora inservibles. Casi siento pena por ellos. Sacudo la idea de la pena con mucho esfuerzo.

Levanto la cabeza la vieja y le pregunto si lo viò.

– A quien?, – me dice la vieja.

– Al que los agarrò.

Y la vieja pone cara de tumba y me dice:

– Yo nunca veo nada.

Le creo. No tengo ya humanidad que me reste, pero le creo.

A lo lejos, del otro lado de la plaza, las luces azules de la patrulla.

No hay manera que pueda explicar nada. Es creer o reventar. No hay nada que hacer. Es como cuando mi abuela me decia que no mire el bowl mientras ella preparaba la mayonesa porque sinò la mayonesa se corta.

La sirena se hace mas fuerte y empieza a llover mas fuerte como si toda la ciudad estuviera mojada por el fuero mas interior y fuera a reventar.

Buenos Aires siempre fue un mal lugar para estar.

Desde el vamos.

Esta noche tuve un poco de suerte y algo màs. No se lo dirè a nadie. Ni siquera detras de esta botella de vino, amigo mio. Hay lugares precisos para la gente que vè fantasmas y que anda por ahi pregonàndolo a cada gil que se preste.

Corro lo mas rapido que puedo en el sentido contrario de las luces azules. Por un segundo miro para atras y la vieja me mira.

Se que està mintiendo, pero al mismo tiempo, mientras pierdo la cordura esta noche y todo se nubla opinadamente, sè que alguna gente sabe que si vas a amar un montòn, tambien vas a mentir un montòn.

Pero eso vos ya lo sabìas, no?

OK, CONFESSION TIME — febrero 16, 2019

OK, CONFESSION TIME

Ok cofession time.
Estaba viendo una escena de Boogie Nights. La peli sobre los actores porno. Todos saben que termina todo mal. La cuestion es que en esta escena esta Rollergirl en la escuela y le dan una prueba para hacer. La mina está completamente perdida. No puede ni empezar. La cara de terror y extravío es patente.
Entonces se me dio por pensar que a mi me pasó lo mismo. Y que mi resentimiento y mi escicion interior que tanto me hace sufrir, que me dejó a la intemperie mental, que me alejó de mis amigos y de mi seres queridos, que me hizo un adulto recluso y enfermizo… eso me pasó a mi.
Si alguna vez queres indagar el por qué soy tan huraño a veces, tan introvertido, tan triste por dentro y con esta cara que no termina nunca de encajar, preguntame que fue lo que pasó en el colegio. Por qué me la pasé cinco años siendo expulsado de cuatro colegios diferentes.

Fué terrible.
Yo me sentaba en esos bancos centenarios y no había ni una sola palabra que hiciera eco de lo que estaba sintiendo. Los profesores y profesoras, hartos de todos los pendejos del mundo, dictando lacónicamente palabras que no podía procesar o darle un significado concreto dentro de mi tortura interior. Compañeros canallescos y crapulientos. Escuelas que hedían, pasillos fantasmagóricos, sonidos saliendo de las bocas de los alumnos que aun hoy en día solo puedo mascullarme a mi mismo que eran terribles, tristes, desencajadas… y que yo también lo era. Una persona mas perdida en la picadora de carne humana de la mas baja de las educaciones publicas. Las clases eran aburridas. Mi comportamiento desaforado era castigado con amonestaciones que se apilaban una arriba de la otra. Situaciones ridículas, humillantes. No eran gente de escuela, no eran rectores o profesoras. Eran personal de centro de detención clandestina, jovenes y viejos, autocomplacientes y destituidos de alegría en su profesión. Ahora que yo mismo soy un viejo los entiendo mas, tambien entiendo que se morían por morirse y morir a otros también. Estaban todos chiflados y hartos de tener chicos y chicas a los cuales les importaba un carajo lo que dijeran. En casa todo estaba mal, nuestros padres estaban tristes o exasperados de como iban nuestras vidas y las de ellos, preocupados y hartos de nuestro desinterés, padres que ya bien entrados en la adultez tampoco tenian respuestas a sus propios problemas incluso muchos años despues de haber dejado la etapa de formación academica, si es que tenían alguna. Querían que fuéramos mejores que lo que ellos habian resultado, eso, o querían que fuéramos como ellos. Yo nunca odié a mis padres. No me parecen ni santos ni demonios, incluso cuando han pasado muchos años desde que los tengo cerca, o lejos, según se mire. Ir al colegio no era mas que una retahíla de imprecaciones, de comentarios mordaces por parte de uno y de otro. Lo llevabas de tu casa a la escuela, de la escuela a la calle, de la calle otra vez a la escuela y cuando volvías a tu casa, mis padres no me preguntaban que es lo que habia aprendido… porque sabían ellos mismos que en la escuela uno no aprende nada de nada. Es un habitat de transitoriedad, y nada mas. Crucial, eso si. Separa a los sinceros de los perdidos, los exitosos de los supuestamente concernientes. El que pasa de año, pasa de año, el que no… Dios te ampare. Los profesores no gustaban de nosotros, y a mi me parecían irrelevantes y exasperantes. Hay gente que puede estar parada por cinco horas en una esquina y pensar que la vida es maravillosa. En eso si te prepara la escuela, vas a hacer lo mismo por treinta o cuarenta años, callate la boca y tratá de ponerla con alguna amiga co-trabajadora. Las clases me daban sopor, angustia, sueño, sincera desesperación.

Ya en primer grado me quedaba dormido, knock out técnico en el primer round a media mañana, hecho trizas de angustia, los profesores sabian que algo estaba mal conmigo. Me miraban con precupación meliflua Solo algunos, principalmente en los primeros grados de educación primaria, se preocuparon por mi. Yo arrastraba la separación de mis padres y un enrarecimiento brutal de el ámbito familiar. Mi padre tragaba pastillas a dos manos, mi abuela era genia y abnegadísima, aguantadora, de la Guardia Vieja, habiendo pasado hambre y frio en su juventud. Mi tia se empecinaba en darme todos los juguetes del mundo, en balde, yo queria algo mas y algo menos… una charla franca, todo se ocultaba debajo de la alfombra, la mugre, debajo de un pseudo tratatmiento psicológico de netrecasa macartiano; mi hermana por ahi andaba, mis tios eran geniales, habia de todo… pero  la onda era: no se habla de tu madre. Mamá estaba ahi detrás de una cortina justo al lado del extintor de incendios. En el rincon donde se baja la escalera en el pasillo, en el espacio negativo de los ángulos familiares, las fotos, las fotos….

Cuando iba a su casa, volvia aterrado. Mi madre me daba terror. Es la persona mas cruel que he conocido, todas las crueldades de la vida, en mi alma, se mide en los ojos azul grises inclementes de mi madre.

Y entonces, tener 5 años y escuchar que sos un pequeño genio, pero el pequeño genio se queda dormido en clases, llora, se distrae, se ahoga en su camisa y corbatín, entonces este niño que aquí  escribe tragando humo azul del cigarrillo empieza a tomar «unas gotitas» que le receta un medico porque, como todos sabemos, es el niño y no la familia el que está enfermo. Rodeado de babas y de colores, y en la escuela me tiraban de las patillas adelante de mi abuela, en la calle y en clase, y mi abuela le decia a mi maestra: «Muy bien, la letra con sangre entra!», y yo gritaba, desesperado por los castigos físicos de estas putas lesbianas reprimidas que reian sus dientes podridos desnudos abajo de un sol que nunca me ayudaba.

A la vieja usanza, la Guardia Vieja.
Las mismas putas y putos que castigaban a mi padre en las piernas poliomielíticas en el colegio Don Bosco, que se metan un palo en el culo el clero y los hombres santos.

Al entrar al secundario, estaba completamente alienado. Pasó de ser una experiencia refrescante al principio. las primeras horas. El primer dia de el curso introductorio de el Carlos Pellegrini, me pusieron cinco amonestaciones.

Ese fue mi primer dia de clases en el secundario!

La cosa empeoró. No es que hubiera algún atisbo de concepto de educación especial. Yo no sabia que habia escuelas mejores que las que me mandaban. O costaban mucho dinero. En el mundo real, si no tenes dinero no te podes pagar una buena experiencia estudiantil. Vas a parar al fondo del tacho de basura de los colegios a los que nadie quiere ir porque vas a estar rodeado de otros energúmenos a quienes no les interesa estudiar, terminás con los idiotas cuyos padres se quieren deshacer de sus hijos por seis horas al dia, lo cual ya de por si, para ellos, es un milagro. No se donde está esa gente con la que fui a tantos colegios.  Sus nombres, no los recerdo. Si recuerdo haberme encontrado con tres o cuatro a los que si les interesaba pasar de año y recuerdo sus ojos, eran ojos de desprecio, de asco, de miedo, y también había en sus ojos la sincera resolución de salir de ese infierno de cinco años del cual yo no pude salir nunca. Espero que ellos hayan triunfado, porque sé a ciencia cierta de que hay gente maravillosa ahi afuera que con carácter y con un corazón sencillo pero determinado, pudieron hacerse adelante en la vida. A ellos les debo este recuerdo, y mi respeto. Y si pudiera volver atrás, me hincaría en el suelo y les pediría perdón por reirme de ellos. Les mostraría lo que soy ahora, lo cercenado que estoy, la fragilidad de mi mente, mi sufrir del día a día, y probablemente solo dirian: «Ok», y seguirían su camino. Es la forma que debe ser.

Y eso me hiere, y me da una vergüenza insondable.
Pudre mis manos para dar, y achicharra mi alma. y yo quiero dar.
Pero nadie me llama, todos estan ausentes, cargo con esta casa en un barrio de mierda donde todos es un escupitajo en el rostro, el lugar donde moran felices los idiotas y los soretes.
Algo que se me ocurre es que entre la edad de catorce y dieciocho años, no solo no estoy muy seguro de donde estuve, sino que creo que no fue ningún lugar bueno, para mi o para mi familia. No hay fotos de la familia conmigo en ese período. Recuerdo esos años vagamente, como una nebulosa dolorosa, ambigua, de caras desencajadas en el hogar, de alfombras raídas y de inviernos ambiguos y angustiosos, sin carácter, sin personalidad, sin mucho de la mística que llegué a ver en los setentas hasta los mediados de los ochentas. Algo se pudrió en mi, ahí mismo, algo que me da mucha vergüenza decirlo. Pensarlo me duele sin más. Hubo algo en esos años, una indeterminación, un enrarecimiento negro, una deseperanza magnánima, un dolor muy grande en el seno del hogar y creo que yo fui responsable de muchas angustias en mi padre, que no andaba muy bien mentalmente el mismo, que digamos.

Los positivistas y la gente a la que le ha salido bien y te dice que podes hacerlo como lo hacen ellos me chupan la pija. He intentado, he rogado, he mendigado, he levantado colillas de cigarrillos del suelo para mantenerme sin deshacerme, en una sola pieza, seguir caminando, no funciona. Cargo un cáncer letal adentro mío.
He tratado de todo. Excepto hacerme evangelista, he escuchado textos, libros santos, metodos de confianza, dietas, músicas nuevas, solo encuentro solaz en la música y en la reclusión.

Tengo una mujer al lado, ella es todo y más.

Si bien hace bastante tiempo vengo pensando que lindo hubiera sido tener hijos, por otro lado debo felicitarme por poner mi semilla en cualquier lado menos adentro de una mujer.
Darle un espectáculo lamentable y dantesco a una criaturita sería el colmo de mi fracaso.
Estos dias anduve muy down. Digamos que ando mal. Los fines de semana me pongo paranoico y triste, me quiero ir de este barrio. Me quiero ir lejos y nunca volver. No puedo vender el depto porque las expensas son muy caras (7.600 pesos)(230 dólares – 2019), entonces nadie quiere comprarlo. Lentamente se ha convertido en un ghetto, en un meadero a cielo abierto de barrio. No es lo que era. Si me empujás a decir sandeces, casi te diría que es un barrio diabólico. Sucio, hostil, la gente chupa birra y toma drogas en la calle a plena luz del día.
Es un desfile incesante de zombies bastardos perdidos en un mundo donde solo se trata de cobrar el suelo y garcharse mujeres con corazón de culo de cerdo.
Mean en la calle.  Yo meo sobre el meo de ellos.
Una cosa animal, vistes vos?

Una vez al año veo niños jugando en la calle.
A las ocho, la gente saca a los perros a cagar y mear, lo hacen todos al mismo tiempo, así que siempre a la misma hora se escuchan ladridos y aullidos de perro y peleas perrunas al mismo tiempo que cae la noche. O sea, si tu eres feliz, veras esto como un detalle picaresco, para mi, es el preludio al terror de la noche. Solo a la madrugada me siento acompañado precisamente porque cuando todo el mundo está borracho o durmiendo, yo estoy trabajando en mi música y en mis poemas, cuando ellos duermen, yo sueño despierto.
No puedo ofrecer mas que mi cuerpo anónimo a la noche, no puedo ofrecer mas que mi mente al silencio sin rostro de la noche.
Si podés, vení sacame de acá, no tengas miedo de mí. por vos, yo voy a mover montañas.
Para algo te tengo que servir!
A veces siento que soy Van Gogh escribiéndole cartas a su hermano Theo.
Estoy muy triste. No puedo salir de este barrio. Estoy atrapado.