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DAME UNA HISTORIA TRISTE ANTES DE MORIR DOS VECES — May 24, 2018

DAME UNA HISTORIA TRISTE ANTES DE MORIR DOS VECES

 

Por los parlantes del vagón se escuchó lo siguiente:

– Les pedimos por favor tengan un minuto de paciencia, ha ocurrido un accidente en la estación.

Estabamos en el Subte B, volviendo de la fiesta de cumpleaños de Carla. Carla habia bebido de mas, habia fumado, habia pepeado, y estaba con dolor de la tripa, mareada y con cólicos horribles, doblada al medio por dentro y por fuera, yo estaba ya de color púrpura de tanto vino y cerveza y el sol pegaba fuerte despues de una noche de lluvia. Veniamos de un largo viaje en tren desde San Martín viendo como una familia compuesta por cuatro individuos subnormales y rubios dejaban que su niñita de dos años se acercara al pozo entre el vagon de tren y el anden. Gritaban como micos.
Ahora estabamos en el subte haciendo combinacion para ir a casa, a Balvanera, al nido, a la muerte, y justo entonces a algun pobre diablo se le habia acabado la suerte y habia decidido terminar con sus dias.
Apareció el guardia desde una de las puntas de la formacion: camisa celeste, pelo cano, mirada perdida, asustado, empalidecido.

– Vamos a evacuar. Las personas con niños van a ser las primeras en salir.

La gente, curiosa, excitada, temerosa, con niños en brazos, idiotas sonrientes inclusive, boludos de Papi Futbol y medias de toalla tres cuartos de los fines de semana, de testosterona facil, héroes de cartulina seguros de sus cuellos rapados y sus tatuajes y de su imbecilidad, cacareando muecas, haciendo fila al lado de los hombres y mujeres con niñas lagrimeando en los brazos de sus padres para salir por una de las puertas neumaticas de el vagón. Nos hicieron caminar desde la punta mas alejada y atrás de el anden.

Le dije a Carla:

– No mires a las vias.
– Que vías? – me pregunto ella.
– No mires a las vias.
– Cuales vías?
– Todas. Mirá para el otro lado, mirà para la salida, para las escaleras mecánicas, pero no mires a las vias.

Avanzamos, llegamos al lado de los bomberos, dos bomberos miraban a la punta de el tren, a la locomotora. Miraban algo ahi abajo. Ese algo habia sido ALGUIEN hasta unos tres minutos atrás.
Ahora ya no tenia que sufir mas.
Vi con el rabillo de el el ojo la punta de algo, y calculé con la visión periférica lo que los bomberos veían, hacia donde lo veían, pero no concreté la linea directa hacia el objeto en cuestión. El objeto en cuestión eran los restos de un hombre, al lado del tercer rail, y yo lo sabía y Carla lo sabía tambien. Despues miré para adelante, vi a mi izquierda y Carla estaba concentradisima en no volver la cabeza para adelante o para la derecha, tal como yo se lo había ordenado.
No quise mirar más.
Mi padre, cuando era joven, habia visto la cabeza de un tipo que se habia asomado al lado de un cartel justo cuando pasaba el tren. Me había contado al respecto, acerca de su juventud. Yo no quería ya ver las cosas que habia visto mi padre ni contarle yo a mi mujer lo que yo habia visto.
No sentí miedo, ni tristeza, ni agobio particular.
Ví a los bomberos sacar al conductor de el tren. Lo llevaban de los brazos, un bombero a cada lado, el tipo, redondo, pesado, pelo rizado corto, cara blanca reblandecida. No podia casi caminar. Habia visto bien de cerca lo que todo chofer de subte sabe que puede llegar a ver alguna vez, lo habia tenido bien ahi en la cabecera de playa y le habia dado de lleno en la nariz, y era injusto, pero era lo que estaba sobre la mesa, o mejor dicho sobre las vias repartido por aqui y por allá. Era injusto que cualquiera tuviera que ver eso, en especial en un dia fácil de domingo.
Día de carga ligera, horario de trabajo acotado y relajado.
Le darían unos meses de licencia y se lo pensaria dos veces al tratar de conseguir un laburo de chofer de colectivo. Tal vez se pusiera una carniceria, pero ahi ya estaba bastante en el ajo. Una verduleria tal vez. Unas vacaciones, un poco de terapia. Olvidar. Renacer. Soñar todas las noches con la luz al final de el túnel y algo borroso y oblongo cayendo ahi adelante con un ruido sordo, una y otra vez. Una y otra vez.
Todas las noches.
Y yo tenía mis pies, mis manos y mi mujer, mi amiga inseparable y mi ternura, y ahora subiamos lentamente por las escaleras con el malón de gente que habian evacuado de el subte, lleno hasta las pelotas.
Por la escalera bajaban al mismo tiempo dos bomberos con cara de viruta. Habia que cerrar la escena, levantar los pedazos, atar los cabos de otro, volver a casa como se pudiese despues de ver a ese alguien repartido por aqui y por allá. Cascos blancos , sacos de seguridad verdes y grises con tiras de material reflector amarillo.
Todos teniamos que volver en una pieza a casa, si se pudiese. Nunca se puede.
Para Carla y para mí fue el fin de su fiesta de cumpleaños.
Ahora Carla duerme al lado de una taza de mix de hierbas humeante, sobre la amohada sucia en nuestra cama pobre en la penumbra del cuarto.
Tiene treinta y un años y un dia.
Yo escribo esto, y estoy un poco, un poco, solo un poco, mas viejo.

Todo debe de haber empezado antes, conmigo mirando un monitor buscando algo mas que una guitarra rota o que me embauquen con algun tipo de contrapción inutil en la cual gastar plata al pedo.
Había vendido una guitarra, una buena guitarra, encima de todo. Una vieja Faim de caja. Y, para no convertirme en un completo idiota, o, pensando que queria vivir mejor, lo cual era cierto, la vendí por chirolas y me compré una cama de dos plazas y media. Hasta entonces, yo y mi ex dormíamos en mi colchón de una plaza, en el suelo, sin sommier, sin cama. Cuando haciamos el amor, un amor que cada dia se ponia mas gris y mas tedioso, nos golpeabamos las rodillas, enredados en posiciones extrañas y aparatosas que no tenian nada que ver con el disfrute. Yo me caia, me golpeaba, el colchón se hundía y ella quedaba arriba, y el culo de ella se levantaba mientras yo me hundia y entonces la cosa se salia de adentro de ella. Era desolador y triste y lamentable. Las paredes grises y mojadas y descascaradas se reian de mi, no de ella. A ella no le importaba nada y se divertía con mi circunstancia desastrosa, le parecia un gran momento payasesco. Y yo trataba de ponersela de vuelta, sin poder embocarla, entristecido y furioso y penante de verguenza y de impotencia. Ella pedía más, y a medida que pasaban los años y los meses, la cosa se ponía mas triste, mas melancólica, y los polvos en esa cama pequeña se hicieron mas tristes.
Por ende terminé comprando una cama mas grande con la plata de una guitarra. Cambié musica por una vida de somnia mas relajada, y polvos MUCHO mas extraños.
El colchon nuevo, que era un colchon usado, me lo habia vendido un tipo que vivia en una linda casa casi en las afueras de Buenos Aires. El colchón y el sommier lo tenia en el garage. Parecía ok. Cuando lo vi, pedí permiso, me tiré encima. Del colchón, no de el tipo. Me moví, empujé el culo hacia abajo y hacia arriba. El tipo me miraba azorado. Le dí el ok, más no se podia pedir. Quinientos pesos. Se los dí, volví al barrio, contraté a un mini flete por dos horas, fuimos hasta lo del tipo de vuelta. Estanislao me ayudó a subirlo por la escalera, tres pisos.
Yo no daba crédito a mis ojos. Por una vez en la vida habia consumado un acto consecuente. Estanislao me miraba azorado de verme azorado.
Fernando tenía cama! Alguien que alerte a los medios! Imaginé increibles sueños, largas horas de dormir y soñar en los veranos, hermosas pajas, magnánimas, entre sábanas suaves, mil mujeres cada una mas idiota que la otra entrando y saliendo eyectadas de mi enorme lecho lechoso.
Por un tiempo la cosa estuvo bien, con mi mujer no garchabamos ni mejor ni peor. Ella se dedicaba a ser una idiota insufrible e inmadura a mas no poder. Yo pedía disculpas, vaya Dios a saber por qué, hacía la cena. Entonces yo fumaba mas cigarrillos que de costumbre, ella se quejaba, yo me iba de la cama a la noche para escribir un poco y masturbarme con algo de porno online.
A ella le molestaba que fume en la cama, al lado de ella. A veces hacia bufidos y arrugaba la cara. Una pesadilla.
Era una mujer hermosa, pero solo por fuera. La parte de adentro de ella quería un macho servil que la apantalle solo porque tenía las tetas firmes a los veintitrés años. Buscaba justificar su juventud haciendo sufrir a alguien de una peor forma que el sufrimiento que ella sufría. Y yo la mimaba porque ella se quejaba, y lo hacía porque pensaba que yo le había fallado, incluso en la inevitabilidad de mi enfermedad.
Un dia me mandó un mensaje de texto. Me decía, en pocas palabras, que habia conseguido amor, salud, dinero, comprensión, más dinero.
Mi cama entonces se hizo mas liviana, las noches fueron mias, y las manchas de semen, la leche que caia de su boca cuando no podia tragar toda mi descarga, las manchas en la arpillera del colchón, grises como grasa, aun estan ahí debajo de mi orto cuando duermo, y tambien estan las manchas de la anterior, y la anterior. Pero eso es en el otro colchón, el mas pequeño. Ahí quedó, en la otra pieza, en un rincon polvoriento, ese dinosaurio miniatura de el ser brillante y loco y preocupado y despreocupado que alguna vez fuí. Ahí está mi otro yo.
Duerme adentro de ese colchón. Tiene mas pelo, pesa quince kilos menos, su corazón late mas lento, las piernas tiemblan mucho menos, y en los ojos tiene una puerta abierta, una puerta abierta que cuando reemplacé a ese viejo yo con mi nuevo yo, se cerró con triple candado. Contra esa puerta yazgo yo, esperando el momento propicio para ser lo que tenga que ser.
No quiero saber como lavar un colchón, aunque debería.
«La piel del leopardo». Ja ja.
Ahora convivo mitad de semana con alguien con mas experiencia, con mas cicatrices en el corazón, mas amable, igual de preocupada por mi tabaquismo. Fuma muchísimo menos que yo.
A veces me dice: «Fumá menos». Yo le respondo muy de vez en cuando: «No te drogues».
Y entonces ella se pone muy triste y yo me asusto porque no quiero herirla con la herida con la que ella me hiere.

 

He tratado de leer un poco desde hace unos meses. Tengo la visión borrosa, no puedo enfocar. Carla me ha regalado los diarios de Kurt Cobain, un libro hermoso y amable en honor a la tristeza mundial de un muerto que se murió para que no le toquen mas el culo. Ahora tengo toda su intimidad en mis manos. Ahora todo el mundo le tocaba el culo. Un libro muy bien hecho, cubierta dura, naranja, muy hermosa. Cosas que pasan cuando te morís. Te devaluan en vida, pero tu cadaver vale su peso en oro cuando te atrapa una muerte.
A veces voy por el Parque Rivadavia caminando lentamente, con las manos en los bolsillos, viendo libros. Están muy caros y ya no creo en las palabras de otros hombres u otras mujeres. Los dos son lo mismo, llenos de fallas y absolutamente convencidos de tener la verdad. Ya no me fío de nadie.
Camino lentamente por los recovecos, por los senderitos de los sucuchos, debajo de los toldos. Los libros estan polvorientos, algunos envueltos en plástico. Los tocás y te ensuciás las manos y te ponés un poco triste. Cerca se escuchan los pregones de otros vendedores mas relajados, con sus gorras y sus tatuajes. A grito en cuello.

– Juegos programas series PELÍCULAS!

Gritan.
Y uno está a cuera cuarenta y cinco centimetros de ellos.
Los vendedores de libros los odian porque la gente está mas interesada en comprar seis dvds con alguna serie de Netflix que tratar de enteder a Camus o a Kafka. No los culpo. Yo tambien termino comprando algun juego estúpido para mi computadora.
Pasados los treinta y cinco años, uno empieza a refugiarse de la verdad del dolor. Que es la verdad de el dolor?
Puede ser: ver tu cara extenderse hasta tu cuello en la parte dorsal de tu mandibula. Ahí donde no habia mas que un angulo agudo, se ha empezado a abrir una parte de vos que antes no estaba. Se llama papada, grasa, gordura, subir de peso. Puede ser: las cosas que no funcionaban ahora funcionan a bases de mover engranajes de otras cosas que solo funcionan en la mente de un hombre o una mujer insanos. Puede ser: sentir la obligación de tatuarte el rostro de tu hijo de un año y medio, abajo en tu hombro. Niños gateando. Planes sociales. Estirarse a fin de mes. El trasuntar de que algun dia te odien en vez de irse a la cama contigo. Trasuntar ambas cosas o cotejar como no enfermar, enfermándote de otra cosa.
Puede ser: el clavo que siempre saca otro clavo. Improvisar para no darle forma concreta a el pensamiento completo de las formas de muerte.
Y yo voy por ahí con mi lomo cansado y mi panza grasienta pensando en estas cosas, viendo posters de Salem´s Lot debajo de el sol de marzo. Viendo las rejas perimetrales verdes, sucias de tierra y hollín, y las viejas revistas pegadas con cinta adhesiva a los fierros, los viejos discos de Paul Muriat y Tom Jones que nadie quiere y que juntan el polvo y que todos los inviernos se ponen mas ajados, las tapas se abren en su cartulina apestosa y maltrecha de medio siglo y se desmayan ahi en la vieja e inútil batea.
Todas esas mujeres de los sesentas, con sus trajes de poliester, muertas. El maquillaje en sus rostros, el azul en los parpados, el carmín en sus labios, el spray en el pelo abombado dramaticamente. Jackie Kennedy. Yiya Murano. Isabelita Perón. Todo eso pensando, pensando… Viven sus últimos dias de la misma manera que yo vivo mis últimos dias: pensando en como robarle a la vida alguna buena estrategia de salida, algun chamuyo medianamente inteligente a una muerte miserable y pusilánime.
Y ese chamuyo vivaracho será nuestra obra maestra, nuestro gran cuadro inmortal, la mejor novela (BREVE), y cuando se haga viva en nuestra voz, se desgranará como un diente de león en la tormenta inconmensurable del tiempo. Sin un nombre legendario, sin una edad específica, sin un año memorable discernible. Títeres desgarrados en un principio de siglo ultramoderno sin un rostro concreto. Como dibujar el viento? Tontos y confundidos construyendo trivialidades y maquetas de vida en miniatura.
Me gusta mucho este parque. Vengo solo. Acompaño con una o dos botellas de cerveza, solo para anestesiarme, para matar a medias a un dolor y un terror que son vivos y brillan multicolores dentro mi cabeza.

 

Estoy sentado en un consultorio en una clínica psiquiatrica. Nada terrible, solo que los dientes amarillos tapiados por los brackets de la doctora me irritan. Me irritan porque todo el tiempo se muestran detras de una sonrisita muy sexy y tonta. Ella tiene veintiseis años, es rubiona y le gusta tener el control. Lo disfruta. Demasiado joven, demasiados manuales de como funciona el cerebro, demasiadas palancas y botones para controlar automaticamente la vida de otros. Lo saborea. Yo la miro como si fuera una suerte de broma, pero soy cortés y me supedito. Tengo cuarenta y cuatro años casi, y tengo miedo de todo. Ella viene de Misiones. Le gustan los enfermeros bien masculinos, con barbas hipsters, coloradas y bien recortadas. Con sus ambos como el de ella, celestes, ligeros, con una leve translucidez a la altura de la cintura que deja adivinar la ropa interior. Estúpidos e inmisericordes, listos para la acción física. Ellos, los machos bien pagados, material carcelario, controlando a los aterrados del mundo como yo.
Me aumenta la medicación media pastilla mas y me dice que se vá de vacaciones al norte por dos meses.
Le digo que necesito hablar con alguien, un psicologo, un lavacopas, un enterrador, quien sea. Cualquiera me viene bien.
Me dice:

– No. Vos estas bien. Estás compensado
Yo pienso: Zorra, realmente me encantaría hundirte un puño en la vagina hasta que salga por tu boca.
Entonces digo:
– Ok.

Detrás de ella hay un tríptico berreta de una metròpolis yankee. Nueva York. Los Yellow Cabs. Los rascacielos impersonales y sobrevaluados de un país que, tratando de prevenir un monstruo, se convirtió en el peor monstruo de todos.
Alguien debe de haber elegido esos cuadros. Yo quisiera conocer a el estúpido que puso esos cuadros ahí. Tambien querría conocer a la estúpida que puso, y estoy convencido de que fué una mujer, al lado de los cuadros de Manhattan, un cuadro de una villa griega. O maltesa. Casas de ladrillo y adobe calafateado en las lomas empinadas, que suben y bajan, con el Mediterráneo mirándoles y mirándome.
Mi psiquiatra, mi ejecutora, esos cuadros, la impresora Hewlett Packard de donde salen las recetas para las pastillas que se meten en mi estómago y entonces patean hacia arriba a y en mi cabeza.
Cuando vuelvo de esa clínica, para no deprimirme, siempre tengo que comprarme un litro de jugo de naranja para tomarlo rapido antes de que venga el colectivo. Desde la ventana del bondi, veo los barrios cambiar rapidamente. Paso por el Parque Patricios mas desolado donde se esconde la clase media aterrada remanente con cara de bragueta y llego a Balvanera. Desde el colectivo, en la zona lindante a la plaza, antes de dar la vuelta hasta el final del trayecto, veo a las putas negras y a las putas blancas paradas en las esquinas, esperando detras de los anteojos negros, en calzas y tacos, acicaladas, muy obesas y pacientes, con caras inescrutables. Los bazaares, con sus televisores descompuestos y sus equipos de audio y sus notebooks rotas en las vidrieras, al lado de los hoteluchos de cien pesos con su gente rota adentro también, esperando la lluvia. Caricias meteorológicas.
Llego a casa, me hago un mate a media tarde. Dejo que entre la cafeína en mi alma, pongo algo de música y espero con temor que llegue la noche, o espero un llamado que nunca viene. Corro las cortinas, me bajo los pantalones, me masturbo. Pajearse es mas divertido que escribir historias cortas o poesía. A veces estoy ahi en medio de la sacudida y, a travez de los auriculares, escucho que alguien sale de el ascensor y azota la puerta al lado de la puerta de mi departamento. Acabo en la mano, me quito los auriculares, voy al baño, me limpio con papel higienico, me lavo las manos con algo jabon, me mojo el pelo, la cabeza. Todavía hace calor, el verano se está retirando lentamente. Rezo para que el clima mas destemplado aplaque a la negrada de este barrio. Entonces miro el espejo y veo mi cara: hace cuarenta y cuatro años que veo la misma cara y siempre veo lo mismo. No estoy seguro de lo que veo, mas que dos ojos hundidos, una boca carnosa, pedacitos de barba aqui y allá.
El interrogante infinito.
Cat Power en los parlantes cantando «King rides by». Me siento, y el radar de mis orejas empieza a escanear la caída del sol y sus sonidos. Me pongo en alerta roja. Tomo mi medicación, y espero. El alivio mental no llega. Voy a la cocina, aparto unos ajos de la estanteria, detrás está lo que busco porque lo necesito, abro el frasco de valeriana, echo treinta gotas en medio vaso de agua tibia de la canilla, hundo eso en mi garganta y me siento, paroxístico, ultranervioso. Me rindo a la ingesta. Si me voy a acostar temprano me despertaré a la medianoche, completamente solo y con ganas de hacer todos los trámites que tuve que hacer durante el día. No podré hacer nada.
A la mañana siguiente, al acostarme bien a la madrugada, se repetirá el ciclo, que ya dura medio siglo. No sé como hacerlo diferente, y no me gusta, y no tiene que gustarme, y lo sé.

 

Y Carla estaba en el suelo del patio, bañada por el sudor y el roció de una noche templada y amenazando lluvia. Unos minutos antes había desaparecido y habia vuelto con las pupilas dilatadas rodeadas de un claro de ojos que no tenía nada de claro. Pelo mojado, transpirada por tocar la bateria en el piso de arriba, eufórica, arrugas alrededor de los ojos grandes, y ahora estaba en el suelo del jardin, los brazos al costado, sonriendo, viajando entre los fumos interiores de el alcohol y con un cuadradito azul de ácido posado en la punta de la lengua en la boca cerrada. Mirando el cielo púpura hacer volutas furiosas en el cielo, relampagueando intermitentemente, ella mostrando los dientes de vez en cuando a algún Diós de el momento, yo apoyado en un codo, viéndola viajar quien sabe en que nube, la pintura de los ojos corrida por el sudor cayendo ojeras abajo hacia sus pequitas.
Un relampago cruzó el cielo, sutilmente.

– Si me muero ahora me voy a morir feliz…
Sonreía. Un gato de Chesire sentado en su loca mesa de té.
– Si te moris ahora yo me voy a poner triste, así que si podés hacerme un favorcito no te mueras.
– No importa, si yo me muero vamos a estar juntos.
– No, porque vas a estar muerta y yo no, salame.
– No, vamos a estar juntos PORQUE YO TE VOY A LLEVAR CONMIGO…

Creo que me sonreí un poco. Era la chica del cumpleaños. No supe que contestar. Mi vasta experiencia como el siome de una pareja heterosexual standard me decía que esa frase se me había dicho anteriormente por una que otra mujer.
Tormenta acechaba. Yo siempre digo que sí.
Soy fácil como una mañana de domingo.
Estabamos al lado de una pileta de plastico empotrada en el suelo. Llena de agua marron. Alguien había sacado las hojas que flotaban en el agua y ahora parecía un espejo negro reflectante de las descargas electricas en el cielo. Violencia de la vida. Soplaba un viento moderado mietras la gente alrededor charlaba y bebía. Hacía unas seis horas que estabamos todos bebiendo vino, cerveza, gin and tonics, fernet, nunca ví tanto alcohol y nadie parecía estar en tensión.
Me sentí pleno, completo.
Alcancé una mano hacia el agua y hice cucharita para agarrar un poco. Puse el agüita en el cuello de Carla, en su piel suave, en su hombro desnudo a travez de la musculosa violeta, en su hombro, en su cuello, lentamente en mi propio bagaje alcohólico. Froté suavemente con mi mano mojada por el agua fresca. Sus brazos, su cara, muy suave… sus pómulos, sus sienes, la papada.
No recuerdo si la imaginé muerta pero si sé que que me imaginé muerto estando ella muerta.
Tal vez uno tenga tiempo de pensar mucho, estando muerto. Quien sabe, nadie ha vuelto para decirnos como es estar ahi y tener todo ese tiempo para dilucidar las aventuras y desventuras pasadas y los portentos miesteriosos del futuro. Quien sabe? Una vez quemado el drakkar tal vez no era ya necesario cansarse navegando.
Le dí un beso en la frente. Sentí una mezcla de aislamiento y desprotección y necesidad de hundimiento. Lo único de alegría que había en mí era que creía que nadie se moría esa noche y que yo no me iba a morir por nadie. Nadie me vino a ofrecer nada. Yo no tenía amigos verdaderos que me proveyeran de drogas. Que demonios, aún sigo sin tener amigos. La humanidad me es inhumana y agreste. Mi ultimo refugio es mi cara.
Me levanté cansino con una correntada de aire fresco y fuí hacia el living, hacia la muchedumbre, la pequeña congregación. Encontré una cerveza grande a medio terminar. Estaba fría. Me la tomé. Encontré una botella de vino que había comprado. Tomé un largo trago. Encontré una botella de gin. Un vaso usado con una rodaja de limón adentro. Me serví un tercio de vaso, agité con el índice. No habia mas agua tónica. Me zampé el vaso tranquilamente, dejando que el pequeño shock amargo se diluyera arriba en mi cabeza. Todo el mundo reía, fumando y bebiendo, pasando un buen momento. Yo estaba OK. Nadie me apretaba las clavijas y era sábado y estaba lejos de Balvanera, lo cual ya era un milagro considerable. Faltaban cuatro dias para el otoño.
Una suave llovizna empezó a caer afuera y el viento arrullaba un viejo pino abeto del patio y los arboles de las propiedades lindantes, creando un canto hermoso, reconfortante, delicado. Prendí el centésimo cigarrillo. Había llevado tres paquetes y al salir a comprar mas bebidas había comprado otro. Mi vicio. Mis besos.
Cuando fuimos al supermercado, el chino de la caja miró de arriba a abajo a Carla. Pude imaginar al ponja en la intimidad de su cuarto cocinarratas apretandose los pezones con clips cromados y un anillo de pene apretandole los testiculos violetas afeitados. No me importó. A mi me pasaba todo el tiempo. Solo que a mi no me venian a visitar amigas, ni yo tenía una provisión interminable de buenos licores y vinos. Yo tenia lo que se dice… mucha mala suerte, amamantada bien a conciencia.

La cuestión es que la cosa seguía y seguía. De vez en cuando aparecía mas gente con mas vino y mas alcohol. Ya cuando empezó a aparecer gente sin botellas casi me sentí preocupado. Nadie trajo una torta de cumpleaños. Yo era el unico con veinticinco kilos de sobrepeso. Yo y una lesbiana morocha con la nariz ganchuda, muy simpática y sexy y amable, la cual me llamaba la atención. Ecuatoriana. Agradable. Vivaracha.
Subí escaleras arriba. En el piso superor había una pequeña sala de ensayo, las paredes acustizadas con paneles de goma espuma. Tres guitarras, un bajo, un pequeño sintetizador, una batería. Estaban haciendo una pequeña jam. Alguien hizo lugar en la guitarra. Una Fender Jaguar japonesa muy bonita. Me hizo acordar a mi Fernandez Stratocaster. El cuello muy agradable. Me la colgué, me arrodillé y empecé a improvisar unas notas de blues blanco. Después me fuí a la batería. Empecé a traspirar a mares y no tuve verguenza, se sentía bien, la descarga adrenalínica, la descarga de el vino y la cerveza y toda la bebida y el tabaco cayendo por mi cara y mi cuello y mi frente y mis sobacos y mi panza hasta llegar a la raya bien adentro de mi inexistente culo. Pegarle a los parches es una terapia curativa paroxística del re carajo. Empezó a caer gente a la habitación. La ecuatoriana sexy, con su largo y sedoso pelo largo azabache hasta el culo se sentó en medio de la habitacion a tocar un pequeño sintetizador. Sonaba bien. Bien por ella. Yo tenia estrellitas en los ojitos. No estoy al tanto de cuanto puedo hacer el tonto estando en pedo. Por lo general me siento en mi silla mental y hago que casi todo el mundo desaparezca. Onda: OK. Pueden tirar una bomba atómica que seguro volveré a caer sentado y fumando un cigarro. Un muchacho con sombrero negro se acercó al micrófono a cantar. El micrófono estaba desconectado. El plug yacía en el suelo al lado de el amplificador prendido. Quise decirle algo pero no pude porque en mi mente estaba golpeando con los palillos de batería las cabezas de mi padre y mi madre para castigarlos por todas las respuestas que nunca me habían dado y todas las preguntas que nunca me contestarán. Me sentí rejuvenecido y opiado. Yo, Fernando Bocadillos, a la batería, el fantasma escuálido de Buddy Rich y Danny Barcelona, hundiendose en un taburete de plástico enfrente de una batería a medio armar, evanesciendose lentamente, un medio viejo alcanzando una vejez completa cigarrillo a cigarrillo, esfumandose en una deshidratación compleja de muerte y renacimiento.
Cuando veo que la gente toma drogas, me rio por dentro, y es una risa amarga, cercana al luto.
La mayoría de la gente drogona que conocí ya no esta al alcance. La mayoría estan muertos, otros viven tragando pastillas recetadas, entre los cuales me incluyo, otros se han ido y nunca mas han llamado a casa.
Hice un floreo en el redoblante. No me gustó. Lo intenté otra vez. Misma mierda. Estaba tieso y reblandecido a la vez. De vez en cuando le daba al bombo con el pié, pero la bateria no estaba armada para zurdo, entonces era una cosa nueva para mi. La última vez que había tocado la bateria habia sido en mil novencientos noventa y dos. Una mala historia enterrada instantaneamente, veintiseis años después, por una historia solo levemente amarga.
Apareció Carla en la sala. Pedacitos de pasto y briznas pegadas a los hombros y a la remera. Los irises almendras de los ojos desaparecidos, sonriente, en su mundo, en su fiesta, exultante.
Le dije que viniera a la bata. Accedió, risueña. Nunca vi a una persona tan salvaje pegandole a una batería. Descosida, la mina, jaja.
(Te quiero).
No sé. Tal vez yo me estuviera perdiendo de algo. No quería saberlo a ciencia cierta.
Carla fue atrás de los parches y empezó a darle duro. Parecía la versión psicodélica de El Tula y su bombo. Desaforada. Feliz. Rockeante. Saltaban los cachos de transpiración de su cuerpo, chorros inclusive, cuchillazos de agua eléctrica y sangre de venganza vomitando desde su cabeza y de sus hombros, del pelo violeta y dorado, caía el agua arriba de los parches y de mi cara mientras yo sacaba fotos con su celular, contagiado por su entusiasmo y energía, mientras ella orgasmaba con cada percutismo primal, con cada espasmo, con cada venganza a cada golpe, a cada chocar de platillos con los palillos de madera.
Entonces se levantó de el set de batería, sonriendo. Yo tambien sonreía. Si las cosas podían funcionar entre ciertos parámetros, entonces yo podia mentirme y decir que ibamos a ser amigos por mucho tiempo.
Hace solo unos meses atrás, al comienzo de la primavera, Carla estaba sentada en la cama de mi habitación, con una sobredosis de clonazepam, dandose la cabeza contra el revoque de la pared. Episodio psicótico.
No entonces, sino en medio de la fiesta, una fiesta de aniversario de nacimiento, me dije que había ciertos lugares muy de ella donde yo no podía entrar o tratar de intervenir.
Eso me hizo sentir muy apesadumbrado.
Fui escaleras abajo y seguí bebiendo. Hablé con alguna gente. Alguien me dijo que tenía problemas paranormales en su casa y que había tirado vinagre por los rincones de las habitaciones para ahuyentar a el espíritu que lo espiaba en la ducha. Yo escuchaba. Nunca se me habia ocurrido ahuyentar a los fantasmas de ninguna manera. Quien era yo para ahuyentar a nadie? Quien era yo, sin más? El unico fantasma al que había tratado de echar de este mundo había sido yo con una sobredosis voluntaria de pastillas.
No funcionó. Me desperté al otro dia viendo la misma pared contra la que me había ido a morir la noche anterior.
Abajo alguien estaba haciendo sonar cuatro celulares al mismo tiempo arriba de una silla con un monton de pochoclo en el medio. La idea era que si ponias pochoclo en medio de cuatro celulares al mismo tiempo, los pochoclos reventaban por el aire, carbonizados por la radiación de los telefonos. Una idea interesante. Sonaron los celulares a destiempo. No funcionó. Se escucharon algunas risas y hubo una estampida masiva hacia la mesa con botellas y vasos y latas de alcohol. Habíamos sido timados.
Entonces el dueño de la casa salió afuera a prender un proyector con videojuegos, pero empezó a llover un poco, así que desmantelaron todo y entraron adentro de la casa. Sonaba una musica tecno horrible desde los parlantes y alguien apagó las luces y se prendieron los porros.
Carla estaba desmayada en una cama en el piso de arriba.
Yo me quedé abajo bebiendo por dos horas mas. Estaba lúcido y drenado de veneno. Tranca. Entonces algunos se quedaron dormidos en un sillón, tapados por colchas finas, la mayoría de la gente se fué al amainar la tormenta. Los sonidos se entumecieron hasta hacerse impersonales, como un viejo rescoldo mortecino de un terrible volcán ya inactivo.
Alguien dormía plácidamente en un sillón con su mujer en la falda en la penumbra de un rincón.
Subí arriba y me acosté en el suelo al lado de Carla, usando mi campera de neoprene como almohada. Prendí un cigarrillo en la oscuridad, acerqué el cenicero y posé el pequeño meteoro ahí.
Alcé la mano y le acaricié la espalda a la mujer que esta noche era la mujer de todos.
Su espalda estaba caliente y sudorosa. Tuve un acceso de tós, y Carla se despertó en medio de los vapores del sueño y me tomó de la mano.
Tres horas después fui el primero en despertarme. Con una resaca importante. Ya no llovía y el cielo gris, gélido y brillante se deslizaba a travez de las estrellas en una mañana ténue y vibrante. Fui al balcón, aspiré mi humo y tuve un chucho de frió que me heló el corazón.
Yo me estaba perdiendo de algo hacía mucho, mucho, demasiado tiempo, y ese tiempo perdido no me lo iban a devolver nunca mas.

Cuando llegamos a casa, Carla no podía dormir. Pálida y ojerosa, estaba muy apaleada por el vino y la sobrecarga de todo lo demás. Estaba acostada en la cama, tapada por un acolchado grueso color beige, de invierno.

– No puedo dormir, tengo CALOR.

Se destapó y se quedó mirando el techo. Me acosté con ella. Me miró. Los ojos grandes como platos. Una cara de dulzura, de una mente en completo overdrive. El halo alrededor.
Prendí el ventilador de pié.
Fui a hacerme unos mates. Yo tampoco tenía sueño, lo que sí tenía era una resaca instantánea de proporciones siderales.
Fuí a la cocina y me quedé un largo rato mirando la llama azul de la hornalla golpear el jarro hirviendo el agua.

Cuando volví a la pieza, Carla estaba tapada con el acolchado, mirando el mundo desde una rendija en la colcha.

– Tengo FRÍO. – dijo.

Me metí en la cama con ella. Le dí un beso en la cara. Dos besos, Tres besos. Cuatro besos.
La punta de mis dedos sobre su frente.
Y esperé.